Los Jesuitas en la Iglesia Adventista
Ante la terrible realidad y enorme peligro que representan los jesuitas en el mundo, cabe preguntarse: ¿han tenido que ver con la Iglesia Adventista del Séptimo día, la depositaria de las grandes verdades del tiempo del fin? Lamentablemente, debemos reconocer que sí, tal cual estaba profetizado por Elena G. De White. En 1867 E. de White recibió una notable visión sobre la injerencia católico jesuítica en la Iglesia Adventista, estando en B. Creek. Aparece en el tomo 1 de los “Testimonios para la Iglesia”, en inglés, en la página 577, y la transcribimos a continuación:
“... Esa noche soñé que yo estaba en Battle Creek mirando hacia el lado de afuera de la ventana de la puerta y vi una compañía marchando hacia la casa, de dos en dos. Parecían severos y decididos. Yo los conocí bien y me volví a abrir la puerta del salón para recibirlos, pero pensé que debería mirar nuevamente. La escena había cambiada. La compañía ahora presentaba la apariencia de una procesión católica. Uno sostenía en su mano una cruz, otro una caña. Y cuando se acercaron, el que estaba cargando una caña hizo un círculo alrededor de la casa, diciendo tres veces: "Esta casa está proscripta. Los bienes deben confiscarse. Ellos han hablado contra nuestra santa orden". El terror se apoderó de mí, y corrí atravesando la casa, saliendo por la puerta norte, y me encontré en medio de una compañía, algunos de los cuales yo conocía, pero no me atreví a hablarles una palabra a ellos por temor a ser traicionada. Yo intenté buscar un lugar retirado donde pudiese llorar y orar sin encontrar ojos ávidos e inquisitivos dondequiera me volviese. Frecuentemente repetía: "¡Si tan sólo pudiera entender esto! ¡Si ellos me dijesen lo que he dicho o lo que he hecho! " “Yo lloré y oré mucho cuando vi nuestros bienes confiscados. Traté de leer simpatía o piedad hacia mí en las miradas de los que estaban a mi alrededor, y me fijé en los semblantes de varios de quienes yo pensaba que me hablarían y me confortarían si no temiesen ser observados por otros. Hice un intento de escapar de la multitud, pero al notar que me estaban vigilando, oculté mis intenciones. Comencé a llorar en voz alta, diciendo: "¡Si me dijeran tan sólo lo que he hecho o lo que he dicho! " Mi marido que estaba durmiendo en una cama en el mismo cuarto me oyó llorar en voz alta y me despertó. Mi almohada estaba mojada con las lágrimas, y una triste depresión de espíritu estaba sobre mí." Testimonies for the church, T 1, pp. 577 – 578
Los bienes de EGW son indudablemente sus escritos. Ellos “han hablado contra nuestra santa orden”, obviamente, una orden católica que se apoderaría solapadamente de la Asociación General (en aquella época, en Battle Creek). ¿Contra cuál “santa orden” habló E. de White? No hay confusión posible: contra los jesuitas de Roma. Bajo la inspiración del Espíritu Santo, Elena de White escribió (“habló”) lo siguiente de los jesuitas de Roma:
“Pasados los primeros triunfos de la Reforma, Roma reunió nuevas fuerzas con la esperanza de acabar con ella. Entonces fue cuando nació la orden de los jesuitas, que iba a ser el más cruel, el menos escrupuloso y el más formidable de todos los campeones del papado. Libres de todo lazo terrenal y de todo interés humano, insensibles a la voz del afecto natural, sordos a los argumentos de la razón y a la voz de la conciencia, no reconocían los miembros más ley, ni más sujeción que las de su orden, y no tenían más preocupación que la de extender su poderío. El Evangelio de Cristo había capacitado a sus adherentes para arrostrar los peligros y soportar los padecimientos, sin desmayar por el frío, el hambre, el trabajo o la miseria, y para sostener con denuedo el estandarte de la verdad frente al potro, al calabozo y a la hoguera. Para combatir contra estas fuerzas, el jesuitismo inspiraba a sus adeptos un fanatismo tal, que los habilitaba para soportar peligros similares y oponer al poder de la verdad todas las armas del engaño. Para ellos ningún crimen era demasiado grande, ninguna mentira demasiado vil, ningún disfraz demasiado difícil de llevar. Ligados por votos de pobreza y de humildad perpetuas, estudiaban el arte de adueñarse de la riqueza y del poder para consagrarlos a la destrucción del protestantismo y al restablecimiento de la supremacía papal."
“Al darse a conocer como miembros de la orden, se presentaban con cierto aire de santidad, visitando las cárceles, atendiendo a los enfermos y a los pobres, haciendo profesión de haber renunciado al mundo, y llevando el sagrado nombre de Jesús, de Aquel que anduvo haciendo bienes. Pero bajo esta fingida mansedumbre, ocultaban a menudo propósitos criminales y mortíferos. Era un principio fundamental de la orden, que el fin justifica los medios. Según dicho principio, la mentira, el robo, el perjurio y el asesinato, no sólo eran perdonables, sino dignos de ser recomendados. Siempre que vieran los intereses de la iglesia. Con muy diversos disfraces se introducían los jesuitas en los puestos del estado, elevándose hasta la categoría de consejeros de los reyes, y dirigiendo la política de las naciones. Se hacían criados para convertirse en espías de sus señores. Establecían colegios para los hijos de príncipes y nobles, y escuelas para los del pueblo; y los hijos de padres protestantes eran inducidos a observar los ritos romanistas. Toda la pompa exterior desplegada en el culto de la iglesia de Roma se aplicaba a confundir la mente y ofuscar y embaucar la imaginación, para que los hijos traicionaran aquella libertad por la cual sus padres habían trabajado y derramado su sangre. Los jesuitas se esparcieron rápidamente por toda Europa y doquiera iban lograban reavivar el papismo.”
“Para otorgarles más poder, se expidió una bula que restablecía la Inquisición. No obstante el odio general que inspiraba, aun en los países católicos, el terrible tribunal fue restablecido por los gobernantes obedientes al papa; y muchas atrocidades demasiado terribles para cometerse a la luz del día, volvieron a perpetrarse en los secretos y obscuros calabozos. En muchos países, miles y miles de representantes de la flor y nata de la nación, de los más puros y nobles, de los más inteligentes y cultos, de los pastores más piadosos y abnegados, de los ciudadanos más patriotas e industriosos, de los más brillantes literatos, de los artistas de más talento y de los artesanos más expertos, fueron asesinados o se vieron obligados a huir a otras tierras.” (CS 249, 250)
Pero podría alguien preguntarse: ¿cómo podrían los jesuitas llegar a tomar el control de la Asociación General Adventista? La respuesta es simple y a la vez sorprendente para quienes no están familiarizados con los métodos de los jesuitas: LA INFILTRACIÓN. Esta perversa estrategia consiste en fingirse adventista, ingresar a la iglesia como cualquier miembro, fingiendo una conversión que nunca existió, y una vez adentro de la misma, comenzar una tarea sutil e insidiosa, en equipo con los otros infiltrados, de acuerdo a los objetivos cuidadosamente planeados por el vaticano. Así los infiltrados católicos, con los jesuitas a la cabeza, van escalando posiciones dentro de la Iglesia, apoyándose y votándose unos a otros en las diferentes Juntas, tomando control de las juntas de iglesia, de las Asociaciones, y de todas las instituciones del pueblo adventista. De esta manera llegarían, poco a poco, al control de la autoridad máxima a nivel mundial de la Iglesia.
Digamos de paso que esta estrategia satánica no es nueva ni fueron los jesuitas los primeros en utilizarla. Ya los judíos la utilizaron contra la iglesia cristiana en el primer siglo de esta era, y los apóstoles la denuncian claramente:
Gálatas 2: 4: “y esto a pesar de los falsos hermanos introducidos a escondidas, que entraban para espiar nuestra libertad que tenemos en Cristo Jesús, para reducirnos a esclavitud,”
2ª Corintios 11: 13 – 15: “Porque éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras.”
Judas 4: “Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo.”
Pero la iglesia primitiva supo enfrentar y rechazar a los infiltrados, neutralizando así su nefasta influencia. Jesús elogió la iglesia cristiana primitiva por esta actitud, de reconocer, poner de manifiesto y rechazar a todo falso apóstol, a todo infiltrado:
Apoc 2: 2: "Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia; y que no puedes soportar a los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles y no lo son, y los has hallado mentirosos;”
Al tomar control los jesuitas de Roma del liderazgo máximo adventista, lógicamente, ocurrirían muchos cambios lamentables dentro de todos los niveles de la iglesia adventista. Es obvio que, llegado el tiempo del cumplimiento de esta visión, los jesuitas, junto con todo su equipo de subalternos católicos que también se infiltrarían en la Iglesia Adventista, no sólo tomarían el control de la Asociación General, sino de todos los centros adventistas en el mundo (Asociaciones, Uniones, Divisiones, Iglesias, Instituciones diversas, etc.) No nos olvidemos que tienen muchos recursos, tanto humanos como monetarios. ¿Podemos encontrar hoy las huellas de su trabajo destructor dentro de la Iglesia Adventista? SI; estrategias que difieren un poco entre sí, de acuerdo a las características de la iglesia en cada lugar, pero que llevan siempre al mismo fin: hacer desaparecer la verdadera espiritualidad y consagración entre los adventistas, acercar a Roma lo más posible a la iglesia adventista, impedir de todas maneras la predicación de los mensajes de los tres ángeles, y finalmente, preparar a la Iglesia para la aceptación de la obra cumbre del papado: la ley dominical, con lo cual la iglesia adventista renegará del sábado, tal como también E. de White lo profetizó.
“Yo vi que la iglesia nominal y los Adventistas nominales, como Judas, nos entregarán a los Católicos para obtener su influencia para luchar contra la verdad. Los santos serán entonces un pueblo oscuro, poco conocido para los Católicos; pero las iglesias, y los Adventistas nominales que conocen nuestra fe y costumbres (porque ellos nos odiaron a causa del Sábado, ya que no pudieron refutarlo) traicionarán a los santos y los denunciarán a los Católicos como los que desprecian las instituciones del pueblo; es decir, que ellos guardan el Sábado y desprecian el domingo.” (Spalding Magan Collection, p. 1).
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